Érase una noche, en que en la esquina frente al rosal se encontraba una plebeya, sentada con una copa de vino fresco hecho por ella.
La joven estando sola, daba sus mejores cantos, su voz tan melodiosa atrajo los oídos de un muchacho. Era la mirada de un juglar que se refugió en ella, éste no demoró frente a ella se arrodilló, y dijo:
-¿Por qué una flor del rosal se alejó?
La plebeya sonrojada le sonrió.
Desde ese día ellos no faltaban en encontrarse, todas noches en la misma esquina. Acompañados de música tocadas por él y de vino hecho por ella.
Una noche la plebeya, embriagada del licor no se inmutó y preguntó:
- Usted, ¿me quiere?
Para lo que el muchacho respondió cantando.
-Esta noche ha sido larga, la luna casi ni alumbra, las calles están desoladas, y me dice que ya es hora de partir.
Al día siguiente, ella puntual regresó, a la esquina en donde su corazón se rompió, y no pudo creer que ese muchacho esa noche la plantó.
Ella muy temprano se levantó, y a la búsqueda partió. Cuando al fin lo encontró, la plebeya al hechicero preguntó:
- Usted, ¿me puede ayudar?
- cielos y centellas, sapos y lagartos, me gusta jugar con mis clientes un rato.
- Por favor, ¿usted me puede ayudar?
- ¿Por qué tan preocupada?, usted es tan joven y la noto algo cansada.
- Estoy enamorada, pero él... no se qué siente por mi; podría adivinar y decirme si lo que siente ¿es amor?
Y el hechicero ante esto dijo con fervor:
- En cuestiones del amor, nada puedo yo hacer; lo sentimientos se demuestran o en todo caso sólo espera que él te lo dirá.
La plebeya con pocos ánimos se retiró, y es que el hechicero no la ayudo. Otra noche más, en que ella se refugió, en la esquina donde su corazón se enamoró.
Con el pasar de los años la plebeya olvidó, a aquel muchacho que su corazón partió. Ella dueña de su sitio y su vino, seguía cantando frente a los rosales cada noche. Tan despistada era esta muchacha, que nunca se percató, que a lo lejos le observaba un trovador.
El nunca se acercó ni le hablo. Hasta que una mañana sucedió...
- Tocan la puerta, yo abro -dijo la plebeya-.
- Es usted quien con su belleza me ha cautivado, con su frescura ha llamado mi atención.
- Usted, acaso esta loco? como se atreve a decirme tales cosas.
- Es que yo la conozco, la he observado; y he esperado lo suficiente para poder dignarme hasta su hogar y pedir el permiso para poder cortejarla.
- Hmmm, es usted quien se asoma cada noche; y que canta a mi lado desde lejos.
- Soy yo, quien de usted se ha enamorado.
La Plebeya sonrojada, lo miró fijamente por unos cuantos minutos, le sonrió coquetamente y al oído le susurro.
- Adelante.
La joven estando sola, daba sus mejores cantos, su voz tan melodiosa atrajo los oídos de un muchacho. Era la mirada de un juglar que se refugió en ella, éste no demoró frente a ella se arrodilló, y dijo:
-¿Por qué una flor del rosal se alejó?
La plebeya sonrojada le sonrió.
Desde ese día ellos no faltaban en encontrarse, todas noches en la misma esquina. Acompañados de música tocadas por él y de vino hecho por ella.
Una noche la plebeya, embriagada del licor no se inmutó y preguntó:
- Usted, ¿me quiere?
Para lo que el muchacho respondió cantando.
-Esta noche ha sido larga, la luna casi ni alumbra, las calles están desoladas, y me dice que ya es hora de partir.
Al día siguiente, ella puntual regresó, a la esquina en donde su corazón se rompió, y no pudo creer que ese muchacho esa noche la plantó.
Ella muy temprano se levantó, y a la búsqueda partió. Cuando al fin lo encontró, la plebeya al hechicero preguntó:
- Usted, ¿me puede ayudar?
- cielos y centellas, sapos y lagartos, me gusta jugar con mis clientes un rato.
- Por favor, ¿usted me puede ayudar?
- ¿Por qué tan preocupada?, usted es tan joven y la noto algo cansada.
- Estoy enamorada, pero él... no se qué siente por mi; podría adivinar y decirme si lo que siente ¿es amor?
Y el hechicero ante esto dijo con fervor:
- En cuestiones del amor, nada puedo yo hacer; lo sentimientos se demuestran o en todo caso sólo espera que él te lo dirá.
La plebeya con pocos ánimos se retiró, y es que el hechicero no la ayudo. Otra noche más, en que ella se refugió, en la esquina donde su corazón se enamoró.
Con el pasar de los años la plebeya olvidó, a aquel muchacho que su corazón partió. Ella dueña de su sitio y su vino, seguía cantando frente a los rosales cada noche. Tan despistada era esta muchacha, que nunca se percató, que a lo lejos le observaba un trovador.
El nunca se acercó ni le hablo. Hasta que una mañana sucedió...
- Tocan la puerta, yo abro -dijo la plebeya-.
- Es usted quien con su belleza me ha cautivado, con su frescura ha llamado mi atención.
- Usted, acaso esta loco? como se atreve a decirme tales cosas.
- Es que yo la conozco, la he observado; y he esperado lo suficiente para poder dignarme hasta su hogar y pedir el permiso para poder cortejarla.
- Hmmm, es usted quien se asoma cada noche; y que canta a mi lado desde lejos.
- Soy yo, quien de usted se ha enamorado.
La Plebeya sonrojada, lo miró fijamente por unos cuantos minutos, le sonrió coquetamente y al oído le susurro.
- Adelante.