Al anochecer
salí corriendo tras de él, la lluvia ya había cesado pero los charcos estaban
formados. Te vi saltar de charco en charco en zigzag y yo hice lo mismo, te seguí
por tu largo camino.
Apenas y veía
tu silueta, apenas y podía notar tus puntiagudas orejas y tu retorcida
cola.
Apenas y podía
distinguirte en la oscuridad pero tu destellante colgante con dije de corazón
me guio por un tiempo.
Volteabas a
mirarme, yo estaba detrás no te quería perder de vista.
Volteé a
mirarme, yo estaba cansada y totalmente empapada.
Decidí
detenerme, tomar un respiro y secarme el rostro. Te detuviste, me bufaste y te
fuiste.
Tal abrupta huida
emprendiste que el colgante se zafó de tu delgado cuello.
Ya no podía verte,
te perdiste en la oscuridad con rapidez. “¡yo no quería detenerme, tienes que
entender!” – Le grité- “sólo quería descansar” – susurré-.
La luna en
mi cabeza, mi ropa en barro y mi rostro mojado.
Me quedé
quieta, pasmada, atontada. “Después de seguirte por tu largo camino, no tenías
porqué irte”.
Seguí
caminando ya no en zigzag ya no en los charcos, sólo al compás de mi ritmo alternando
con giros y a veces con brincos.
A lo lejos divisé un destello, corrí hacía a esa luz, creí que era el reflejo de la luna.
Me incliné y
lo cogí, lo guardé y sentada aguardé.