Todas las noches después de un largo y agotador día, recorro los suburbios. Con la brisa fría que roza mi rostro y un silencio de ultratumba, llego siempre a una casa en particular. Esa casa llama mi atención “es hermosa” –me digo, cada noche-, es vieja pero a la vez apacible, abandonada que puede causarte perturbación, siniestra del modo más agradable, interesante en una forma maqueabélica.
Esa noche no dudé en entrar, me armé de valor y al sólo haber dado dos pasos sentí una sensación de 'déjà vu', acercándome en puntillas para no “despertar” ni molestar a nadie que estuviera adentro, me dirigí. Observé mis manos temblando al girar la manilla de la puerta, no entendía mi miedo. Al entrar, me quedé atontada al observar la elegancia que brotada de cada espacio cubierto de telarañas, esos cuadros colgados a 0.30 centímetros de separación cada una, jamás me había interesado tanto en el arte como en esa ocasión.
A los minutos o tal vez a las horas (no estaba muy segura del tiempo en ese momento); me sentí algo cansada. No quería regresar a mi casa, estaba demasiado agotada como para seguir caminando. Entre ojos observé esa gran escalera y subí al segundo piso de la casa, al llegar, había un largo corredor que me dirigía a una puerta. Caminé, ya no en puntillas estaba tan agotada como para tener miedo y salir corriendo de “algo”. Observé mis manos, ya no temblaban al girar la manilla de la puerta. Estaba oscuro, pero se podía distinguir que absolutamente estaba vacía esa habitación, muy amplio y tranquilo, atractivo para pasar una buena siesta, no dudé y me dirigí al rincón. En la posición más incómoda para otros humanos, me recosté. Curiosamente esa noche, no tuve frio (como ya me había pasado toda la semana en mi acogedor dormitorio). Ya en la etapa 3 de mi sueño…
En la mañana, un rayo de luz acuchillaba la ventana y alumbraba el cómodo rincón, ese mismo rincón que fue ignorado por la luz de la luna anoche. Al abrir los ojos observé algo extrañamente familiar, la razón por la cual no pasé frio. Era algo flaco con ojos relativamente brillantes, orejas puntiagudas y una cola ligeramente retorcida. Atractivo a primera vista, me miró fijamente, y así como llegó, se fue; sin darme cuenta en un pestañeo mio desapareció.
La experiencia de esa noche no se volvió a repetir. Aunque todas las noches iba a esa casa en particular, a esa misma hora exacta (que no tenía idea cuál era). Jamás, otra vez, volví a tener esa sensación de paz en ese rincón.